miércoles, 24 de abril de 2013

Cyadorn.

Ciudad de hueso,
con férreo esqueleto.
Resto de la ciudad diezmada
devorada por las llamas.

Tú, sueño de ébano agrietado,
mal sueño de rojo veteado.
Tu esqueleto  es acero retorcido,
y tu corazón recuerdos perdidos.

Hace eones esta ciudad vivía,
hoy teje la Parca una madeja sombría.
Hecha con despojos, escombros y ceniza,
que sobre toda la ciudad se cierne.

Unas calles de mármol pulido
forman un intrincado dédalo
de metal, piedra y carne,
presidido por cadáveres.

La mitad de aquel infierno,
de aquel dantesco espectáculo,
no era más que un templo
rematado en un tosco pináculo.

Henchido estandarte del Caos era
aquel edificio coronado con una cruz
rezumante de malicia y saña,
y como sombras huyendo de la luz
pululaban dentro las arañas.

Un lamento dentro se escuchaba,
el cántico de los condenados
dirigiéndose al altar de chapa
y adorando al dios que los condenaba.

lunes, 8 de abril de 2013

Lo que la guerra se llevó.


La suave brisa acariciaba los campos perlados de rocío y mecía las espigas de trigo, que teñían la campiña con un suave fulgor dorado.
Donde otrora los huracanado vientos habían azotado sin compasión alguna las copas de los árboles, una tímida brisa arrullaba los pies de los robles y álamos.
Allá donde la airada y violenta tempestad había destrozado y castigado sin piedad la dehesa, tan solo quedaban los troncos de los árboles caídos derribados por los impetuosos vientos, como mudos testigos de aquella crueldad; pero, donde había acabado la vida de aquellos árboles, florecía una vida nueva, ya que, el musgo de un incomparable verdor, poco a poco, había ido cubriendo aquellos troncos caídos como si de una verde mortaja se tratase.
La vida, como si de una flor se tratase, se abría en todo su esplendor.
Mas, toda esta paz no era nada, sino el fruto del sacrificio.
Tras fatídicos años de guerras y penurias, al fin este campo quedó sumido en una imperturbable paz.
Allá a lo lejos, cerca de los campos de lirios y amapolas, una figura femenina se veía recortada contra el incipiente sol de la mañana. Esa figura, apenas un retazo de sombra, meramente visible a causa de la cálida luz del astro rey, suspiraba.
Su bello rostro contraído en un rictus de dolor y desolación expresaba más tormentos de los que podrían caber en el infierno. Una lágrima surcaba su demacrado rostro, destinada a caer al suelo donde, como si de cristal se tratase, se fragmentaría en mil pequeñas gotitas que habrían de dar de beber a los campos que a sus pies se extendían.
Ella, cuya cabellera ondeaba como si danzase con el viento, miraba al frente con unos ojos que reflejaban un punzante dolor y una amarga tristeza.
Miraba al pasado como si la impenetrable barrera del tiempo no fuera para ella más que un efímero cristal, un cristal que solo los recuerdos pueden romper.
No se inmutó lo más mínimo cuando un mechón de pelo se le quedó pegado a la comisura del labio, ni siquiera hizo ademán de taparse los ojos aun cuando la luz del Sol la comenzó a cegar.
Ella, como atrapada por sus propios demonios internos, no se movía, apenas si respiraba, solo podía pensar en lo que fue y en lo que pudo haber sido. Solo podía pensar en como sería su vida ahora mismo si su hijo aún siguiese con ella, como sería la vida si su hijo no hubiese perecido en aquella guerra sin sentido.
Su hijo se sacrificó para defender estos campos donde ahora descansan sus restos.
Si la guerra sirve para mantener la paz, ¿cómo puede uno disfrutar de la paz, si la guerra le ha arrebatado lo que le es más preciado?
¿Cómo ella, la madre que perdió a su hijo (¡fruto de su vientre!) puede disfrutar de estos parajes, sabiendo que los restos de su hijo yacen en él?
Tan solo podía recordar aquellos días felices mirando a través de la infranqueable barrera de la realidad, y no pensaba dejar que nada, ni siquiera el deslumbrante resplandor del sol, o el verdor de aquellos campos la distrajese ni un momento de sus pensamientos.

sábado, 28 de julio de 2012

Crónica de un hombre muerto.





Querido y fiel amigo, puede que las siguientes palabras que se dispone a leer le hagan pensar en una broma de mal gusto o en una tomadura de pelo. Pues bien, ¡no lo es! y estaría dispuesto a jurarlo sobre mi propia tumba.

Claro está que usted pensará que es imposible que este texto esté escrito por su buen amigo  Hodward -es decir, un servidor- fallecido hará un mes. Supongo que, gracias a su no poca inteligencia y su complejo de Sherlock Holmes reconocerá mi letra y mi forma de expresarme.

Le escribo el siguiente manuscrito para informarle acerca de mi peculiar estado y para saber su opinión al respecto, ya que usted es un reputado forense.  Dicho manuscrito estará en el escritorio de su despacho y créame, no es recomendable que me vea en persona hasta que su lectura de este manuscrito quede concluida.

Sin más dilación procedo a contarle mi peculiar historia:

Como usted bien sabe vivo en Londres desde hace dos años con mi bella, pero interesada, esposa en una gran y lujosa casa a las afueras de la ciudad, pero ¡ay! el destino no siempre es benevolente con los viejos ricos, ya que un día me hallaba en la mundana tarea de sustituir las tejas de mi tejado por otras nuevas, cuando, quiso la mala fortuna o tal vez el destino que me resbalase y cayese a plomo del tejado abriéndome la cabeza contra el suelo y teniendo una "muerte" rápida.

Visto está que arreglar tejados no es cosa de escritores -torpe de mí- y debido a mis escasos reflejos me fue imposible evitar el traspié. Pero cuando todos, y digo todos incluyéndole a usted me creían muerto, no lo estaba.

Si, parece sacado de un cuento de Poe ¿verdad?, en ese estado de "no-muerte" en realidad estaba sumido en una especie de letargo, del cual desperté el día de mi funeral al ser enterrado vivo... bueno... vivo no.

Dentro del ataúd empecé a examinar mi estado, respiraba pero no me era necesario, simplemente, lo hacía por un mero reflejo de mi cuerpo, tampoco sentía dolor. Esto último lo descubrí cuando dejaron caer a plomo mi ataúd -¡brutos!- en aquel infecto agujero al que llamaron sepultura.


En fin, conseguí escapar abriéndome paso a través de la madera de mi ataúd, la cual era de mala calidad, "Ya hablaré sobre esto con mi esposa" me dije, tras escapar me dejé caer en la hierba del camposanto. Debería estar cansado, pero no lo estaba, lo cual me sorprendió. Así que me puse en pie y miré en derredor, descubrí que podía ver todo con una gran nitidez, sin ayuda alguna de mis lentes. La Luna bañaba todo el cementerio con sus débiles rayos lunares, los cuales corrían como finos ríos de plata por entre las tumbas.

El camposanto en todo su esplendor se entendía a mis pies como una bella obra de arte, en la cual, sus protagonistas sin duda eran los frío ángeles de mármol que servían de guardianes en las tumbas y de testigos de mi regreso al mundo.
¡Gracias a Dios que era de noche! ¿Se imagina a alguien saliendo de su propia sepultura en plena noche?... No, seguro que no, usted es un hombre de ciencia querido amigo.


Tras  echar una última mirada al cementerio me fui caminando a paso ligero hasta un granero abandonado que estaba en las cercanías para pensar en mi próximo movimiento, pues estaba claro que no me iba a pasear por las calles de nuestra bella ciudad londinense en mi estado ¿verdad?...Si, claro que si.

Y... bueno... seguro que habrá oído noticias sobre mi tumba vacía, ¿verdad?...Si, por supuesto que si.
Saqueadores de tumbas dijeron... ¡Já! les digo yo.
Le digo mi buen amigo que no le de crédito a dichas noticias pues la verdad, la única verdad se la acabo de proporcionar yo en esta misiva.

Esta vez la Diosa Fortuna me sonrió, ya que, antes de llegar al granero me encontré con un carromato discurriendo a toda velocidad por el camino de tierra y justo cuando iba a pasar por delante mía me arrojé al camino.
Dicho carromato me pasó por encima provocando un escalofriante sonido, el sonido de mi columna vertebral al quebrarse.


Y de como he llegado a usted doctor, pues no ha sido muy difícil, verá se lo explico:
Los ocupantes del carromato asustados me trajeron a su consulta en un vano intento de salvarme de las garras de la muerte pensaron que era un pobre borracho que se había caído en mitad del camino -¡Estúpidos!-
Si, esta misma mañana usted atendió a un hombre en estas condiciones, ¿Lo recuerda?...Si, claro que si.

Se lo resumo doctor, Usted mismo me ha tenido delante ante sus ojos y no me reconoció. Usted me ha practicado una autopsia esta misma mañana. Y usted no esta dando crédito a esta carta ¿Verdad?...
Así que me dispongo a proporcionarle una prueba evidente, verá, usted solo tendrá que girarse, pues en este momento estoy detrás de usted.

Puede sentir mi aliento en su nuca ¿verdad?... Si, claro que si.

martes, 24 de julio de 2012

Voltaire (modificado)



-Muere, antes de sentir mis males y tu desdichada suerte: 
Devuélveme la vida, la sangre que te ha sido procurada;
que mi pecho desdichado te sirva de fría sepultura,
que por lo menos, vea París una nueva muerte.-
Y acabando estas palabras, furiosa y atormentada
en el costado de su hijo con su mano y su locura
hunde temblando el impío acero infernal:
Lleva el cuerpo ensangrentado junto al hogar;
y con el brazo que guía el hambre sin piedad
prepara ávidamente esta comida demencial.
Por el alma de su retoño no hace mas que rogar,
Si existe Dios, que se apiade de su inhumanidad.